Me ahogan tus mentiras
en una avalancha ácida
y tus silencios, convertidos en brisa
- nunca entregas para ser huracán-
que va arrancando
- sin pararse a paladear el destrozo-
mi carne - piel, entrañas - putrefacta.
No hay más pan,
no puedo apurar más las migajas,
pero sigo ladrando.
Estúpido reptil que aún cree
que cuando la mano se mueve
puede traerle una caricia.